VIOLENCIA DOMÉSTICA
Felicidad mutilada
Por Mikely Arencibia Pantoja
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"A pesar de todo es mi mamá
y todavía tengo la esperanza de que un día cambie". |
Jamás olvidaré aquella tarde cuando la conocí. Por azar me senté a su lado. Mi costumbre de preguntar y preguntar me fue develando a una chica con la felicidad mutilada, a pesar de sus 22 años. Pero era solo intuición.
Más tarde conocí una versión sobre su vida. Necesitaba corroborarla. De nuevo me senté a su lado. Esta vez no era por azar.
Fui directo, quizás atrevido. “Necesito que me hables de ti para ayudar a otros”, le dije. Luego de algunas explicaciones me pidió pensarlo. No sería nada fácil denunciar las golpizas e insultos que su propia madre le proporcionaba.
Tres días después Sandra accedió con el anhelo de que, una vez conocida su historia, los demás padres pudieran reflexionar.
“Desde que era niña mi mamá le decía a sus amistades que yo no podía enamorarme hasta que terminara una carrera, más o menos cuando tuviera 25 ó 26 años, y no dejaba de recalcarlo. Ella y mi papá se habían divorciado hacía mucho tiempo.
“Mi mamá se empecinaba, además, en que tenía que ser de un médico, que tuviera carro, una casa grande y dinero.
“Contrario a sus pronósticos, me enamoré a los 15 años de un muchacho totalmente diferente, pero muy bueno. Y ahí empezó todo.
“Cuando recordaba que sus sueños no se habían cumplido me daba por la cabeza, me halaba el pelo, me cogía los brazos y las piernas y me los apretaba al extremo que me enterraba las uñas.
“También aprovechaba cuando yo estudiaba o dormía para cogerme sorpresivamente. Entonces me apretaba la cabeza y gritaba, me decía que porqué yo era tan mala, si no había sido educada así. Y todo porque tenía novio antes de la edad que ella quería y porque no era de la clase a la que ella aspiraba.
“En aquella época yo estaba en el preuniversitario y a veces tenía que usar abrigo o pulóver de mangas largas en pleno verano para disimular las marcas de los golpes. Cuando me preguntaban decía que me sentía mal, que tenía fiebre o inventaba cualquier otra cosa, menos la verdad, porque sentía vergüenza.
“Delante de la gente y en medio de la calle también me gritaba groserías y decía que yo era una fresca, una descarada; ella no tenía pena con nadie. Desgraciadamente todavía recuerdo muchas cosas. Jamás olvidaré el día que me rompió un par de espejuelos en la cara a base de galletas. Eran tiempos muy duros para mí.
“Al terminar el preuniversitario comencé una carrera y tuve que dejarla. En mi casa era imposible estudiar y en la escuela estaba todo el tiempo pensando en lo que había sucedido el fin de semana y en lo que me esperaba cuando saliera de pase. Así no podía seguir y abandoné los estudios”. “Mi papá nunca lo supo, pues no tuve valor para contárselo. Además, mi papá iba poco a la casa, porque mi mamá no quería; incluso, cuando era niña muchas veces ella me escondía y le decía que no estaba en casa. Siempre discutían, hasta que fue alejándose.
“Algunos vecinos intentaron convencer a mi mamá, pero ella cambiaba de tema y decía que la culpable era yo. Después les iba dando de lado, hasta que dejaba de hablarles; tampoco ellos querían meterse y no faltó quienes dijeran que el golpe enseñaba.
“En cuanto a mi novio, traté de ocultárselo mientras pude; una vez que lo supo las relaciones empeoraron en todos los sentidos. Él insistía para que me fuera de la casa; pero no era fácil, pues de cualquier manera se trataba de mi madre, aunque al final tuve que irme, porque no aguanté más”.
Según fuentes oficiales del Departamento de Atención a los Derechos Ciudadanos, en Pinar del Río, los hechos de violencia contra los menores son denunciados, generalmente, mediante terceras personas.
Sin embargo, no solo los vecinos de Sandra mantuvieron una posición pasiva, sino que ella también prefirió callar antes que denunciar a su madre, aun cuando esta trató de inducirla a la prostitución.
“Siempre me comparaba con una muchacha que, según ella, sí quería a su familia porque le hacía regalos. Entonces yo trataba de explicarle la forma en que esa muchacha obtenía dinero, pero no quería darse cuenta de que era jinetera y decía que yo tenía que seguir su ejemplo, porque no aportaba nada a la casa”.
Hace varios años que esta joven ya no vive en su municipio natal y, a pesar de haber orientado su vida lejos de su hogar, cada vez que me mira advierto la ausencia de algo. Tal vez sea, a juzgar por sus palabras, el beso tierno de su mamá.
“A pesar de todo lo que ha sucedido, de los momentos que pasé y aún paso al recordar que una cosa tan simple se haya convertido en algo tan horroroso, yo no le guardo rencor. Es mi mamá y todavía tengo la esperanza de que un día cambie conmigo”.
Con el propio nacimiento los deberes de los progenitores adquieren una connotación diferente. A partir de ese momento de ellos depende, en primera instancia, la educación del niño o la niña.
Para cumplir con esa responsabilidad social, los padres tienen que acudir a métodos contrapuestos al golpe, la imposición o la represión.
Recuerde que, contrario a lo que algunos piensan, el hecho de ser padre o madre, no da el derecho a educar con violencia.