domingo, 23 de junio de 2013



Cuba sí tiene armas prohibidas

Por Mikely Arencibia Pantoja 


Entre los tantos pretextos utilizados por los Estados Unidos para colocar a Cuba como una amenaza mundial se encuentra uno mediante el que aseguran que la Mayor de las Antillas posee armas prohibidas. Y vea usted, esta es una de las poquísimas veces que el imperio no se equivoca, porque ciertamente la Isla las tiene.


Son una especie de “ojivas nucleares inteligentes” de potencia y alcance incalculables, capaces de cambiarlo todo sin destruir nada. Suficiente razón para enjundiar los pretextos que sustentan el bloqueo económico, financiero y comercial que nos tienen impuesto durante medio siglo, con pérdidas multimillonarias y lamentables saldos sociales.

Pero, ¿qué se puede hacer si es cierto que el arsenal está distribuido por todo el archipiélago y viola las normas de seguridad militar al aparecer lo mismo en la ciudad que en el campo, en una escuela de enseñanza primaria que en una universidad? Asimismo, se traslada con total libertad y sin el menor aspaviento, pues no requiere de custodia. Eso sí, es susceptible a la burda.

Contrario a lo que algunos creen, Cuba utiliza con frecuencia sus armas prohibidas por la Casa Blanca. De ello pueden dar cuenta los países latinoamericanos, sudafricanos y asiáticos. Precisamente los más pobres, los que siempre aparecen en rojo en las estadísticas de los desastres humanos, naturales y bélicos.

Hacia esas naciones el gobierno de la Isla dirige sus misiles fabricados sobre la base de la fórmula: (solidaridad + desinterés = humanismo a la enésima potencia).

Lo dicho se mezcla con abundante sustancia gris y así se obtiene el armamento de marras capaz, reitero, de cambiarlo todo sin destruir nada. Sin dudas, algo imperdonable por los EE.UU., cuya industria bélica está diseñada para realizar la operación inversa, es decir: destruirlo todo sin cambiar nada.

Estoy seguro que las autoridades cubanas no me llevarán al patíbulo por dictarle la fórmula al enemigo, todo lo contrario, se alegrarán si saben copiarla y llevarla a la práctica, aunque se trata de algo bien difícil pues para ello tendrían que renunciar al terrorismo de Estado, a la matanza de pueblos, a la discriminación racial y social, a la globalización neoliberal... Es decir, tendrían que echar a un lado mezquindades demasiado sagradas para su política de séptima.

Ahora bien, tampoco aquí se ocultan los lugares de preparación, como el Imperio suele hacer creer. La mayoría de esos sitios son identificados con la bandera cubana y un busto de José Martí, el Héroe Nacional de la República. Se llaman escuelas, palacios de computación, fábricas, universidades, centros de investigación, hospitales...

Se habrá percatado, entonces, que escribo sobre la carrera armamentista de la inteligencia, de la cultura, del amor hacia el prójimo y de la igualdad de derechos y oportunidades. Algo que se traduce, por ejemplo, en los programas de la Revolución encaminados a hacer de las personas seres más racionales y útiles, a incrementar la calidad de vida, a convertir las desgracias genéticas en sonrisas, en resumen, a ganar la apuesta de que un mundo mejor sí es posible.

Son estas, y no otras, las verdaderas y únicas armas de construcción masiva que tiene Cuba y que, por supuesto, son prohibidas por la Casa Blanca.


 

martes, 11 de junio de 2013



El cáncer de los pobres

Por Mikely Arencibia Pantoja

La mala distribución de las riquezas a nivel mundial ha estado a través de los siglos entre los principales problemas que lastran el desarrollo homogéneo de países y poblaciones.

Al respecto un estudio realizado por expertos de las Naciones Unidas sacó a la luz que más de la mitad de las riquezas del planeta están en manos solo del dos por ciento de los hombres de mayores fortunas del mundo.

Con esto se ratifica el dato de que es en Norteamérica, principalmente en los Estados Unidos, donde radica el porcentaje más alto de millonarios (34 por ciento), mientras que en un claro contraste aparece Latinoamérica con el cuatro por ciento, pese a su tamaño y población.

Este abismo se explica fácilmente en la despiadada colonización y el descomunal saqueo que “adornan” la historia latinoamericana, región que sirvió y aún sirve como abastecedora de bienes que terminan, cual círculo vicioso, en las cuentas de los mismos ricos de siempre.

Así, esa escueta clase privilegiada es la que suele fungir como dueña de las grandes transnacionales y de los consorcios que, asentados en los países en desarrollo donde la mano de obra es barata, son los responsables de las principales fugas de capital y exportaciones forzadas de recursos.

Y, por consiguiente, el resultado es más de lo mismo; es decir, los ricos cada vez son más ricos a costa de los pobres que, obligados por la necesidad, son exprimidos y ven esfumarse de sus naciones las principales fuentes naturales, energéticas, financieras…

No en balde entre las primeras medidas adoptadas por los gobiernos de izquierda que tienen las riendas de países como Ecuador, Bolivia y Venezuela, está la nacionalización de aquellas industrias y empresas de peso capital en la identidad y crecimiento de esas naciones, y que hasta entonces sus ganancias cruzaban las fronteras.

En el caso particular de Venezuela vale recordar que es uno de los de mayores reservas de petróleo del mundo y, sin embargo, antes del surgimiento de la Revolución Bolivariana aparecía entre los territorios más pobres de la Tierra. ¿A dónde iban a parar los dividendos del llamado “oro negro”? Sencillo: a las arcas de ese mismo dos por ciento que cuenta con más de la mitad de la riqueza global.

Lo peor es que la fortuna de estas personas corre idéntica suerte que una bola de nieve lanzada desde una pendiente. Su crecimiento luce indetenible, al menos que las revoluciones sociales continúen su expansión y poco a poco sean cortadas las fuentes que alimentan semejante disparidad.