Cuba sí tiene armas prohibidas
Por Mikely Arencibia
Pantoja
Entre los tantos pretextos utilizados por los Estados
Unidos para colocar a Cuba como una amenaza mundial se encuentra uno mediante
el que aseguran que la Mayor
de las Antillas posee armas prohibidas. Y vea usted, esta es una de las
poquísimas veces que el imperio no se equivoca, porque ciertamente la Isla las tiene.
Son una especie de “ojivas nucleares inteligentes” de
potencia y alcance incalculables, capaces de cambiarlo todo sin destruir nada.
Suficiente razón para enjundiar los pretextos que sustentan el bloqueo
económico, financiero y comercial que nos tienen impuesto durante medio siglo,
con pérdidas multimillonarias y lamentables saldos sociales.
Pero, ¿qué se puede hacer si es cierto que el arsenal
está distribuido por todo el archipiélago y viola las normas de seguridad
militar al aparecer lo mismo en la ciudad que en el campo, en una escuela de
enseñanza primaria que en una universidad? Asimismo, se traslada con total
libertad y sin el menor aspaviento, pues no requiere de custodia. Eso sí, es
susceptible a la burda.
Contrario a lo que algunos creen, Cuba utiliza con
frecuencia sus armas prohibidas por la Casa Blanca. De
ello pueden dar cuenta los países latinoamericanos, sudafricanos y asiáticos.
Precisamente los más pobres, los que siempre aparecen en rojo en las
estadísticas de los desastres humanos, naturales y bélicos.
Hacia esas naciones el gobierno de la Isla dirige sus misiles
fabricados sobre la base de la fórmula: (solidaridad + desinterés = humanismo a
la enésima potencia).
Lo dicho se mezcla con abundante sustancia gris y así
se obtiene el armamento de marras capaz, reitero, de cambiarlo todo sin
destruir nada. Sin dudas, algo imperdonable por los EE.UU., cuya industria
bélica está diseñada para realizar la operación inversa, es decir: destruirlo
todo sin cambiar nada.
Estoy seguro que las autoridades cubanas no me
llevarán al patíbulo por dictarle la fórmula al enemigo, todo lo contrario, se
alegrarán si saben copiarla y llevarla a la práctica, aunque se trata de algo
bien difícil pues para ello tendrían que renunciar al terrorismo de Estado, a
la matanza de pueblos, a la discriminación racial y social, a la globalización
neoliberal... Es decir, tendrían que echar a un lado mezquindades demasiado
sagradas para su política de séptima.
Ahora bien, tampoco aquí se ocultan los lugares de
preparación, como el Imperio suele hacer creer. La mayoría de esos sitios son
identificados con la bandera cubana y un busto de José Martí, el Héroe Nacional
de la República. Se
llaman escuelas, palacios de computación, fábricas, universidades, centros de
investigación, hospitales...
Se habrá percatado, entonces, que escribo sobre la
carrera armamentista de la inteligencia, de la cultura, del amor hacia el
prójimo y de la igualdad de derechos y oportunidades. Algo que se traduce, por
ejemplo, en los programas de la
Revolución encaminados a hacer de las personas seres más
racionales y útiles, a incrementar la calidad de vida, a convertir las
desgracias genéticas en sonrisas, en resumen, a ganar la apuesta de que un
mundo mejor sí es posible.
Son estas, y no otras, las verdaderas y únicas armas
de construcción masiva que tiene
Cuba y que, por supuesto, son prohibidas por la Casa Blanca.