La visita del Papa Francisco a Cuba ya deja huellas
indelebles en los millones de seguidores que tiene a todo lo largo de este
archipiélago.
Y no solo son impresiones imborrables porque el Sumo
Pontífice llega en un momento históricamente crucial para Cuba en materia de
política internacional, sino por lo que representa la humilde prédica de un
líder como él para un pueblo devoto por tradición.
Acompañado por una matizada vida que más bien parece
leyenda, Jorge
Bergoglio, o simplemente Francisco, como hoy se le venera, tampoco podrá
deshacerse de las muestras de cariño, afecto y respeto que le tributamos los
cubanos.
Su mensaje de
paz, enfocado siempre en los más pobres y cifrado de pura esperanza, cobra
especial significado en una América Latina donde viven dos de cada cinco
católicos del mundo.
Pero tal vez
entre sus principales virtudes esté esa que hace del Obispo de Roma todo un
maestro capaz de convertir en algo bien comprensible la doctrina de la Iglesia
frente a un mundo contemporáneo cada día más difícil; y esto no se consigue
solo con frases bonitas.
Francisco sabe
como balancear con hechos y palabras todo lo que profesa. Él, a decir de
algunos expertos, posee una gran creatividad teológica que lo acerca aún más a
todos los estratos sociales.
Sus retos
actuales son infinitos y van desde los temas morales y sociales, hasta los
políticos. Su papel en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre
los Estados Unidos y Cuba es una muestra fehaciente de su lucha por el respeto
entre los pueblos. Asimismo, le ha tocado enfrentar asuntos peliagudos como el
abuso sexual y el terrorismo.
Los cubanos
estaremos agradecidos de ese tiempo que nos ha dedicado y sus palabras de
aliento siempre serán recordadas como la más pura bendición derramada sobre un
pueblo que se esfuerza cada día por vivir y ayudar a vivir a quienes lo
necesitan, tal como predica la Santa Iglesia Católica.