miércoles, 13 de marzo de 2013

A un metro de Chávez
Texto y fotos: Mikely Arencibia Pantoja

Jamás olvidaré aquel 21 de agosto de 2005 cuando fui designado para cubrir como periodista la visita de Hugo Chávez y Fidel Castro al municipio de Sandino, ocasión en que dejarían inaugurada la Villa Simón Bolívar y a la vez transmitirían el programa Aló Presidente.

Se trataba de una comunidad de 150 confortables casas construidas y equipadas por el gobierno venezolano para las familias damnificadas por los huracanes que entonces pasaron por la región más occidental de la provincia de Pinar del Río.

Salimos de madrugada desde la capital pinareña, pues debíamos recorrer unos 80 kilómetros, y no les miento: desde esa hora una interminable fila de personas cubría toda la distancia. Con banderas, pancartas y fotos de ambos dignatarios se aprestaban para recibir al hermano latinoamericano y al líder de la Revolución Cubana.

A un metro estuve de Chávez y me sentí importante y privilegiado. Escuché de primera mano sus análisis y proyectos a futuro y disfruté la forma tan desenfadada con que trataba a Fidel. Sin dudas, entre ambos había una química y una empatía muy singular.

De aquella jornada también me quedó la experiencia de haber trabajado al lado del equipo de prensa del Palacio de Miraflores, algo que me obligó a crecer. Me llamó la atención que en ese momento Chávez se convertía –literalmente hablando– en el conductor de un espacio de televisión y no en un mero presidente dando el estado de la nación.

Por supuesto que tomé muchas fotos. Las que hoy les obsequio son inéditas y espero sirvan para sumarse al tributo infinito que debe rendírsele a un hombre cuya muerte no es cierta.







martes, 5 de marzo de 2013

Chávez: vencedor de la muerte

Por Mikely Arencibia Pantoja

Todos sabíamos que Chávez padecía de una enfermedad poco amable cuyo final suele ser triste, aún así su infinita fe siempre mantuvo despierta la esperanza de que remontaría la muerte. Sin embargo, hoy la realidad muestra a una Venezuela enlutada y a un mundo que acompaña el dolor por el líder que se fue.

Me da por pensar que el mismísimo Dios sintió envidia de él o, mejor, que este lo apreció tan útil a la humanidad que no resistió la necesidad de tenerlo a su lado derecho en la corte celestial. Sí, no tengo la menor duda de que esta fue la razón de su partida.

Entonces, desde este cinco de marzo la muerte de Chávez solo sirvió para inmortalizarlo; para esparcir por el mundo ese espíritu de justiciero incansable que le permitió transformar para bien la tierra de Bolívar y le devolvió los sueños a millones de personas.

De ello pueden dar crédito quienes hoy pueden ver y leer gracias a los programas sociales gestados por él o las familias que hasta ayer se hundían en la extrema pobreza por la falta de empleo, la precaria situación de la salud pública y la carencia de recursos para garantizar una alimentación básica.

En Venezuela se recuperaron los recursos naturales y energéticos, y se frenó la fuga de capitales. De allí nacieron ideas tan brillantes como el ALBA, que permitió un intercambió equilibrado entre los países de la región.

La unidad y el patriotismo también fueron muros que levantó la Revolución Bolivariana y que tienen que permanecer erguidos no solo por una cuestión de principios, sino de lógica elemental para evitar el regreso al pasado.

Soy de los que piensan que llorar hoy puede ser una necesidad del espíritu para canalizar el dolor dejado por su ausencia física; sin embargo, la realidad invita a dar gracias por haber tenido entre nosotros a un hombre de su estatura moral y de un valor inigualable.