Por Mikely
Arencibia Pantoja
“Un buen oyente no solo es popular en
todas partes, sino que después de un tiempo llega a ser famoso”, reza un antiquísimo axioma refiriéndose
a lo útil que resulta saber escuchar.
Hace tiempo observo el comportamiento de
determinadas personas mientras otras intentan conversar con ellas y me he
percatado que no siempre los receptores prestan la atención debida; y como
imagino que es algo que debe estar tan globalizado como el desarrollo tecnológico
quiero invitarlo a reflexionar.
Esta especie de “presente–ausente” unas
veces solo tiene en su mente la idea que a él le interesa transmitir y
permanece a la caza de la menor pausa para dar su opinión, y otras simula
escuchar, pero su pensamiento está posado en cuestiones ajenas al tema en
cuestión.
Estoy seguro que usted sabe de qué hablo,
como también estoy convencido de que en algún momento ha sufrido semejante
falta de atención.
Pero, aunque existen conversaciones que
son pura hojarasca, que no interesan ni motivan, hay receptores que asumen
actitudes que pudieran eliminarse, como mirar reiteradamente el reloj o
bostezar mientras intentan comunicarles algo.
Y no hablo solo de pura educación formal,
sino de los beneficios que reporta saber escuchar.
Por ejemplo, está demostrado
científicamente que las personas hablan entre cien y doscientas palabras por
minuto, a su vez, el cerebro que escucha puede procesar esas palabras más
rápidamente, por lo que si usted sabe escuchar tendrá más tiempo para analizar
el mensaje que recibe y sacarle mayor beneficio a las ideas, sentimientos,
emociones y proyectos que le transmiten.
En reiteradas oportunidades uno también
puede percibir si lo que le dicen es cierto, falso o si esconde dobles
intenciones solo con mirarle a los ojos a quien le habla y escucharlo con la
mente no con los oídos.
Ahora bien, además de lo anterior, usted
debe tener presente que si hace lo contrario dejará entrever muchos lados
flacos de su formación y educación.
Entre ellos, puede dar la idea de que
subestima la opinión ajena, que se cree dueño absoluto de la verdad, que es
reacio a recibir consejos o que deviene obstáculo para la libre expresión,
aunque, reitero, lo más lamentable siempre será la riqueza que dejará de asimilar
por no saber escuchar.