domingo, 8 de septiembre de 2013




La esclavitud de lo mismo

Por Mikely Arencibia Pantoja

Actualmente hay una tendencia mundial a utilizar la escasez de tiempo como causa recurrente para justificar la pérdida de determinados hábitos como ir al cine, caminar, sentarse en un parque y hacer visitas, entre otros.

Así, la expresión “no tengo tiempo para nada” deviene frase trillada en nuestros días y se oye en boca de muchos, sin distinción de profesión, oficio, sexo, edad...

Es cierto que la vida moderna se presenta muy agitada, que los adelantos de la ciencia y la tecnología no dejan de seducir y acomodar; pero también es verdad que la mayoría de las veces no sabemos planificarnos y le damos cobija a la rutina, la misma que nos encierra en las cuatro paredes del hogar y nos mata a plazo.

Y si bien llegar del trabajo, bañarse, comer y ver la televisión son cosas placenteras, yo las comparo con un mal vicio, que tarde o temprano nos cobrará un alto precio.

Tenga la certeza de que los placeres que se experimentan al leer, caminar, ir al cine, sentarse en un parque, visitar a los amigos y practicar deportes, por ejemplo, nunca serán sustituidos por la comodidad de nuestro asiento favorito, ese que está justo frente al televisor y sobre el cual nos quedamos dormidos muchas veces.

Pero en idéntica cuerda se mueven las personas que aprovechan el auge tecnológico para entretenerse delante de una computadora, un videojuego o un DVD y olvidarse del mundo exterior.

Y aunque nadie pone en entredicho que esas maravillas hipnotizan, ningún software, por poderoso y moderno que sea, podrá sustituir los encantos de la comunicación personal, de un estrechón de manos, de la riqueza que surge de una discusión entre amigos por cualquier tema o de un “buenos días” con sabor humano.

Le propongo, entonces, que hoy haga las cosas diferentes. Empiece por sorprender a su pareja con un detalle, que puede ser la invitación a ver un filme fuera de casa sin reparar en la trama; luego camine, tóquele la puerta a un amigo y lea un buen libro aunque sea de madrugada.

Estoy convencido que después de ello no tardará en comprender que aún puede rebelarse contra la esclavitud de lo mismo, a pesar de que los días sigan con veinticuatro horas, usted no renuncie a sus responsabilidades y, mucho menos, se olvide del cómodo butacón o los adelantes tecnológicos.