La esclavitud de lo mismo
Por Mikely Arencibia Pantoja
Actualmente hay una tendencia
mundial a utilizar la escasez de tiempo como causa recurrente para justificar
la pérdida de determinados hábitos como ir al cine, caminar, sentarse en un
parque y hacer visitas, entre otros.
Así, la expresión “no tengo
tiempo para nada” deviene frase trillada en nuestros días y se oye en boca de
muchos, sin distinción de profesión, oficio, sexo, edad...
Es cierto que la vida moderna se
presenta muy agitada, que los adelantos de la ciencia y la tecnología no dejan
de seducir y acomodar; pero también es verdad que la mayoría de las veces no
sabemos planificarnos y le damos cobija a la rutina, la misma que nos encierra
en las cuatro paredes del hogar y nos mata a plazo.
Y si bien llegar del trabajo,
bañarse, comer y ver la televisión son cosas placenteras, yo las comparo con un
mal vicio, que tarde o temprano nos cobrará un alto precio.
Tenga la certeza de que los
placeres que se experimentan al leer, caminar, ir al cine, sentarse en un
parque, visitar a los amigos y practicar deportes, por ejemplo, nunca serán
sustituidos por la comodidad de nuestro asiento favorito, ese que está justo
frente al televisor y sobre el cual nos quedamos dormidos muchas veces.
Pero en idéntica cuerda se mueven
las personas que aprovechan el auge tecnológico para entretenerse delante de
una computadora, un videojuego o un DVD y olvidarse del mundo exterior.
Y aunque nadie pone en entredicho
que esas maravillas hipnotizan, ningún software, por poderoso y moderno que
sea, podrá sustituir los encantos de la comunicación personal, de un estrechón
de manos, de la riqueza que surge de una discusión entre amigos por cualquier
tema o de un “buenos días” con sabor humano.
Le propongo, entonces, que hoy
haga las cosas diferentes. Empiece por sorprender a su pareja con un detalle,
que puede ser la invitación a ver un filme fuera de casa sin reparar en la
trama; luego camine, tóquele la puerta a un amigo y lea un buen libro aunque
sea de madrugada.
Estoy convencido que después de
ello no tardará en comprender que aún puede rebelarse contra la esclavitud de
lo mismo, a pesar de que los días sigan con veinticuatro horas, usted no
renuncie a sus responsabilidades y, mucho menos, se olvide del cómodo butacón o
los adelantes tecnológicos.