domingo, 29 de diciembre de 2013




Colorido fin de año


Pocas horas nos separan del último adiós al 2013, otro año que puso a prueba nuestra capacidad e inteligencia en la búsqueda de alternativas económicas y sociales que le inyecten al país el desarrollo que necesita.

Aquí cada persona se creció en medio de las dificultades cotidianas, las que nunca lograron borrar la sonrisa y la nobleza que nos caracteriza y nos hace diferentes al resto de los mortales.

El pinareño, el cubano, protesta, luce inconforme, lo discute casi todo porque cree saber de casi todo… pero con ese mismo ímpetu desfila un Primero de Mayo, acude a las urnas a respaldar el proceso revolucionario de la Isla, confía en sus dirigentes y apuesta diariamente por un futuro mejor.

Y esa amalgama de virtudes y defectos se concentra a finales de diciembre, cuando las calles de mi provincia se llenan de personas que salen, cual ejército de hormigas, a buscar provisiones para esperar el inicio del nuevo año; una tradición que se mantiene en esta tierra.

¡Ah!, y no importa si no encuentran lo que quieren. Primero protestarán, luego hallarán una alternativa y finalmente terminarán conformándose con la idea de saber que hay gente peor. Así somos y así seremos.

Se trata de una idiosincrasia sin par, del propio temperamento que nos ha servido de escudo contra todos los entuertos propinados por una difícil realidad cuyas malformaciones nacieron –y aún se alimentan– de la envidia que sienten los Estados Unidos al saber que solo a noventa millas un pueblo pequeño crece libre y rebelde.

En Cuba cada cual busca la mejor manera, casi siempre modesta, de que el fin de año no pase inadvertido, de recibir el 2014 en familia, algo sagrado para nosotros.

Entonces, sea bienvenida esa colorida multitud que adorna las calles de mi linda tierra.

miércoles, 25 de diciembre de 2013




La gran diferencia   


El pequeño Luis no tendrá cena refinada este fin de año, como tampoco la tuvo el anterior ni jamás la ha tenido. Nada de vinos de marca, cócteles, mesa buffet, conversaciones entre hombres de negocios, invitados con vestidos millonarios...

Y allí, donde pudiera estar un arbolito de Navidad descansarán algunos libros, un viejo farol y su juguete preferido: un caballito rústico hecho con recortes de madera.

Durante la última noche del 2013 solo la risa, como siempre, se escurrirá entre las montañas y llegará bien lejos, ayudada por el silencio sepulcral de la apartada región montañosa donde él vive junto a sus padres. Y en ese risueño concierto, el pequeño Luis se llevará el gran premio a la carcajada más feliz, porque él es un niño privilegiado.

Su felicidad nada tiene que ver con juguetes movidos por control remoto, muñecos que hablan o lloran, piscinas artificiales, tenis de marca... u otros tantos objetos inanimados, que de la misma forma que llenan armarios vacían almas, pues el regocijo de Luis –como el de todos los infantes cubanos– brota en la libertad con que corre, juega y va a la escuela sin temor a que algún compañerito saque un arma de fuego y le dispare o lo obligue a comprar y oler la maldita droga.

Hoy, mientras violencia, terrorismo, explotación infantil, guerra, prostitución y robo de menores son hechos consumados y repetidos en muchos países, el pequeño Luis tumba naranjas, se desliza en una yagua, se baña en el río, monta a caballo, ayuda a ordeñar la vaca y aprende las lecciones en una escuelita donde él es el único alumno y, pese a ello, ya tiene corriente eléctrica, televisor, vídeo y computadora.

Lo que sucede, sin dudas, es que él no es un niño sin niño como los cientos que mueren, padecen o matan cada segundo. Él, a pesar de cualquier modestia con que viva, ¡vive!, y ese privilegio es la gran diferencia.

martes, 10 de diciembre de 2013


Ricos y pobres: eterno abismo

Por Mikely Arencibia Pantoja


 


La mala distribución de las riquezas a nivel mundial ha estado a través de los siglos entre los principales problemas que lastran el desarrollo homogéneo de países y poblaciones.

Al respecto un estudio realizado por expertos de las Naciones Unidas, sacó a la luz que más de la mitad de las riquezas del planeta están en manos solo del dos por ciento de los hombres de mayores fortunas del mundo.

Con esto se ratifica el dato de que es en Norteamérica, principalmente en los Estados Unidos, donde radica el porcentaje más alto de millonarios (34 por ciento), mientras que en un claro contraste aparece Latinoamérica con el cuatro por ciento, pese a su tamaño y población.

Este abismo se explica fácilmente en la despiadada colonización y el descomunal saqueo que “adornan” la historia latinoamericana, región que sirvió y aún sirve como abastecedora de bienes que terminan, cual círculo vicioso, en las cuentas de los mismos ricos de siempre.

Así, esa escueta clase privilegiada es la que suele fungir como dueña de las grandes transnacionales y de los consorcios que, asentados en los países en desarrollo donde la mano de obra es barata, son los responsables de las principales fugas de capital y exportaciones forzadas de recursos.

Y, por consiguiente, el resultado es más de lo mismo; es decir, los ricos cada vez son más ricos a costa de los pobres que, obligados por la necesidad, son exprimidos y ven esfumarse de sus naciones las principales fuentes naturales, energéticas, financieras…

No en balde entre las primeras medidas adoptadas por los gobiernos de izquierda que tienen las riendas de países como Ecuador, Bolivia y Venezuela, está la nacionalización de aquellas industrias y empresas de peso capital en la identidad y crecimiento de estas naciones, y que hasta entonces sus ganancias cruzaban las fronteras.

En el caso particular de Venezuela vale recordar que es uno de los de mayores reservas de petróleo del mundo y, sin embargo, antes del ascenso de Hugo Rafael Chávez al poder, aparecía entre los territorios más pobres de la Tierra. ¿A dónde iban a parar los dividendos del llamado “oro negro”? Sencillo: a las arcas de ese mismo dos por ciento que cuenta con más de la mitad de la riqueza global.

Lo peor es que la fortuna de estas personas corre idéntica suerte que una bola de nieve lanzada desde una pendiente. Su crecimiento luce indetenible, al menos que las revoluciones sociales continúen su expansión y poco a poco sean cortadas las fuentes que alimentan semejante disparidad.