El legado que Fidel le deja a la humanidad es muy extenso y
tiene que ver con todas las aristas de la vida. Lo sabemos los cubanos y
también los latinos, africanos, asiáticos, europeos… y hasta el propio pueblo
de los Estados Unidos que en varios momentos recibió la oferta de ayuda del
Comandante, como fue durante aquellos días tras el paso del huracán Katrina.
Y es que Fidel siempre estuvo presente. No importaba si el
asunto era tan complejo como una crisis nuclear o tan trivial como enseñar a la
familia a cocinar con ollas arroceras.
Él se sentía responsable de todo aquello que tuviera que ver
con la vida del cubano y jamás abandonó cuestión alguna; tanto así, que ante
las cosas mal hechas convertimos en famosa una frase: “¡Si Fidel se entera!”.
Particularmente lo recuerdo cuando venía a Pinar del Río.
Bastaba que el Instituto de Meteorología anunciara la llegada de un ciclón y ya
estaba aquí previéndolo todo. Siempre anticipándose, con una capacidad
extraordinaria para abarcar hasta el último detalle y ofrecernos la confianza
que en situaciones extremas se necesita.
Fueron varias las veces que estuvimos bajo el mismo techo.
Jamás le hice pregunta alguna, porque su presencia me anudaba la garganta. Solo
me limité a escuchar, redactar y transmitir, que era parte de mis funciones
como periodista. Quienes lo tuvieron cerca saben de qué hablo porque estar
junto a él era algo mágico.
Y aunque desde este 25 de noviembre ya no estará más
físicamente, esa magia es una huella indeleble marcada en cada escuela, barrio,
hospital… y su obra no será reemplazada, sí continuada por los millones de
seres humanos que le debemos al Comandante ese privilegio que nos regaló: su
existencia.
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